08 febrero 2007

Naranja envenenada



Es fama que la historia la escriben los vencedores y, a veces, si no han muerto, ciertos perdedores. Yo prefiero la visión fotográfica de los que aún están en juego, esos testigos que no conocen el alcance histórico del partido y por ello no se hallan contaminados ni por la gloria del triunfo ni por el resquemor de la derrota. Son espeluznantes los testimonios de las víctimas supervivientes del nazismo, y lo son casi más, por obscenos, los que pergeñan algunos de sus verdugos.

Impresiona, sí, el recuerdo de un campo de concentración, pero pocas palabras me han emocionado como las de un niño checo, Petr Ginz, que inicia su cuaderno personal con esta nota: “19 de septiembre de 1941. Hay niebla. Han sacado un distintivo para los judíos – la estrella amarilla -. Camino del colegio conté 69 “sherifs”; mamá, más tarde, contó más de cien. A la avenida Dlouha le llaman la Vía Láctea. Por la tarde navegamos en una barca.” Su Diario de Praga (1941-1942) tiene el color naif de una naranja envenenada. A Petr lo quemaron en Auschwitz, antes de cumplir los dieciséis.