12 junio 2006

De vuelta



Es un tono agridulce, un escozor, una extraña vindicación del color gris. Salvo ciertos cerebros fogosos, más dados a señalar que a pensar, gran parte de los ensayistas cubanos críticos con el castrismo habla con la voz de los arrepentidos, los piadosos, los padres tan dolidos como comprensivos. Y es que para muchos de ellos la revolución no es un engendro de origen sino un hijo echado a perder con los años, alguien que alguna vez se quiso y hasta se mimó. Ahora ya no.
Por eso sus libros, amén de iluminadores, son tristes, muy tristes. En sus páginas vuelan las mariposas heridas de una utopía imposible, las apuestas individuales que siempre son más respetables que las colectivas. Hubo quien se jugó la vida y la familia en pos del horizonte libertario y perdió. El poeta dijo que la historia de España es la más triste de las historias. No había conocido aún la cuesta abajo de Cuba. Uno cierra Tumbas sin sosiego, de Rafael Rojas, y no siente ningún odio. Siente pena y lástima